Cómo vivimos nuestra vida diaria influye directamente en nuestra salud, también en la reproductiva. Hay factores ambientales y conductuales que pueden disminuir las posibilidades de éxito de las técnicas o aumentar los riesgos para el embarazo.
El tabaco está demostrado que influye muy negativamente en la calidad seminal en hombres y en la de los óvulos en la mujer. Además, fumar también afecta al endometrio, reduciendo la tasa de implantación, y provocando defectos en los fetos y su desarrollo.
El alcohol, por otro lado, se ha estudiado con frecuencia y se sabe que también tiene un impacto negativo en la fertilidad, sobre todo cuando se consume de forma continua y en mayores cantidades, afectando especialmente a nivel hormonal.
El peso es uno de los factores que más pueden influir de forma negativa en los tratamientos de reproducción. Un índice de masa corporal (IMC) fuera de la normalidad tiene consecuencias directas en la producción hormonal, y por tanto, en la producción de espermatozoides y la regulación del ciclo menstrual. Pacientes con un IMC muy bajo suelen padecer amenorrea u oligomenorrea (ausencia de menstruación o menor cantidad de ésta), con su correspondiente riesgo de infertilidad. Pero sobre todo la obesidad, más frecuente en la población, tiene efectos muy negativos en la reproducción, disminuyendo la posibilidad de embarazo, aumentando los abortos y modificando el ambiente hormonal. En muchos casos la obesidad se asocia a problemas de diabetes, ovario poliquístico, hirsutismos…
Por este motivo, la dieta es muy relevante para la salud general y por tanto la reproductiva. Llevar una alimentación equilibrada y sana, no abusar de estimulantes como la cafeína, la teína… y no hacer dietas de adelgazamiento no autorizadas por endocrinos o nutricionistas.
Desde que llegó la pandemia de la COVID-19, se han realizado investigaciones y estudios sobre cómo afecta dicha infección (y sus vacunas) en los embarazos, en los nacidos o incluso en la búsqueda de embarazo.
Por lo que se ha podido ver, no parece que influya negativamente en el feto ni en el embarazo, aunque sí es cierto que por precaución se recomienda esperar unas 2 semanas desde la vacuna o desde haber pasado la infección para realizar una inseminación o una transferencia por evitar los posibles riesgos de la fiebre, por ejemplo.
Solo en los casos de pacientes que sufran síntomas graves por la infección por COVID-19 (que requiera hospitalización) sí que se producen partos más prematuros y más riesgos para el feto y el embarazo.
De todos modos, siempre se debe individualizar el caso. Dependiendo de los síntomas sufridos el médico deberá evaluar el riesgo de continuar con el tratamiento para minimizar el peligro para la futura madre y su bebé.
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